¿Eres un “hacedor”?

Asignamos mucho valor al acto de conseguir algo, de “hacer que algo suceda” o de ejecutar. Según dicen, una acción vale más que mil palabras. Las acciones son objetivas y tienen un impacto visible en el mundo exterior, mientras las intenciones son subjetivas y sólo afectan a nuestro mundo interior. Por “buenas intenciones” que tengamos, no siempre se convierten en acciones coherentes. A veces, estamos tan ocupados haciendo algo que no prestamos atención a cómo o para qué lo estamos haciendo.

La modalidad de hacer

Podemos considerar todo lo que hacemos – sea preparar un café o construir un edificio – como un “problema” que queremos “resolver”. Cuando activamos la modalidad de hacer, el proceso es el siguiente: rompemos el problema en sub-problemas y nos ponemos a buscar soluciones para cada uno de éstos. Existe un especie de monitor de discrepancias mental cuya función es comparar nuestra percepción de la situación actual con cómo nos gustaría que fuera. Una “solución”, pues, es una acción o un pensamiento que reduce la discrepancia y seguimos iterando hasta que ésta alcance un nivel aceptable.

La modalidad de hacer es una herramienta fantástica para conseguir las cosas que están a nuestro alcance, pero, cuando la aplicamos a algo fuera de nuestro control, nos puede conducir a la frustración. En particular, si la utilizamos para “arreglar” un “problema” interno y personal – como, por ejemplo, “sentirnos tristes” – sus efectos pueden ser incluso contraproducentes. En este caso, la búsqueda de una solución hace más presentes en nuestras mentes todas las posibles causas de nuestro estado de ánimo y el monitor de discrepancias nos recuerda constantemente lo tristes que estamos. Esto sólo sirve para reforzar las emociones no deseadas y arraigar una manera no productiva de pensar.

Incluso para problemas externos y no personales – cómo escribir un artículo – la modalidad de hacer puede evitar que tengamos presentes todos los factores relevantes. Para escribir un artículo como éste (en la modalidad de hacer), elaboro un esbozo que empiezo a desarrollar hasta que estoy satisfecho con el resultado. Sin embargo, en cuanto dejo de trabajar en ello y entro en la modalidad de ser, me suelen surgir muchas ideas nuevas. Sin este espacio para “salir del guión”, creo que los artículos que escribo serían menos interesantes.

El acto de saber

Podemos saber un hecho – como, por ejemplo, “hace calor” – a través de los pensamientos, o podemos saberlo directamente, a través de las sensaciones. Si nos cortamos el dedo con un cuchillo sin querer, sabemos que nos lo hemos cortado porque notamos la sensación que se produce, antes de saber el “hecho” de que nos hemos cortado. El “hecho” también puede contener información que añadimos sin darnos cuenta, como “me he cortado porque he sido muy torpe”. Todo esto pasa de manera tan rápida que nos resulta difícil distinguir entre los dos eventos – saber experiencialmente y saber cognitivamente. Cuando está activada la modalidad de hacer, sólo tenemos consciencia de las sensaciones a través de los pensamientos, con todas las capas adicionales que elaboran nuestras mentes.

El arte de ser

En inglés, el acrónimo FOMO – Fear Of Missing Out – se refiere al miedo a perderse algo. Lo pueden fomentar las fotos en las redes sociales de unos amigos disfrutando de una cena o de una fiesta (a la que no asististe). El miedo puede impulsar a la gente a socializar más – y a colgar las fotos en Facebook – sin que los síntomas subyacentes se alivien. Esto es un ejemplo de cuando “hacer más” simplemente agrava el problema.

En la cultura occidental, existe cierta presión social para demostrar lo “liados” que estamos. Damos la impresión de ser más importantes, más demandados o más deseados si estamos siempre ocupados, siempre haciendo “algo”. De hecho, se considera un poco extraña o preocupante la idea de no hacer nada. Si no tenemos nada que hacer, por lo menos podemos estar pensando para aprovechar al máximo el tiempo, pero ¿si los pensamientos no son productivos?

Puede que estemos tan ocupados haciendo que no reparemos en información relevante para nuestras decisiones. Para actuar de manera informada, la modalidad de hacer no siempre es la más apropiada. Existe otra modalidad – la modalidad de ser – que muchas veces no se nos ocurre activar porque ha caído en el desuso. La modalidad de ser es difícil de describir en palabras. Si se explica en términos de conceptos (en vez de en relación a una experiencia que hayamos vivido), interiorizamos la idea en forma de una serie de pensamientos. Sin embargo, la modalidad de ser se trata precisamente de saber directamente y no a través de los pensamientos. Para saber qué es, tenemos que experimentarla. Piensa en una experiencia muy fuerte que hayas tenido – montar en una montaña rusa, correr un maratón, perder un trabajo, etc. Es muy probable que se activara la modalidad de ser en algún momento y que fueras plenamente consciente de tu experiencia antes de pensar en ella.

La modalidad de ser es una herramienta más que podemos escoger de la caja en vez de la de siempre – la modalidad de hacer.

Con la práctica de Mindfulness, podemos entrenar nuestra capacidad de percatarnos de qué modalidad está activada, además de cambiar a la modalidad de ser si nos parece la más adecuada. En esta modalidad podemos observar las sensaciones directas y nuestras reacciones a ellas – los impulsos y pensamientos – lo que nos permite escoger la acción más apropiada. Cuando estamos en la modalidad de ser, no es que no hagamos nada, es que lo hacemos de otra manera. La modalidad de ser es una herramienta más que podemos escoger de la caja en vez de la de siempre – la modalidad de hacer.

Si hacemos una actividad rutinaria en la modalidad de ser, puede cambiar nuestra experiencia de la habitual. No tiene por qué convertirla en algo más placentero – por ejemplo, la actividad podría ser “sacar la basura” – pero es probable que nos demos cuenta de muchas cosas que normalmente pasan desapercibidas. La próxima vez que te duches, por ejemplo, puedes probar cómo te sientes sólo duchándote, poniendo el foco de tu atención en las sensaciones físicas del contacto con el agua y dejando los pensamientos sobre lo que vas a hacer más tarde o lo que has hecho antes en un segundo plano. Una vez, un alumno de meditación se sorprendió al encontrar al maestro leyendo el periódico mientras desayunaba. “Pero Maestro, nos has dicho que, cuando estemos desayunando, sólo desayunemos y cuando estemos leyendo el periódico, sólo leamos el periódico.” El maestro contestó, “Y, cuando estés desayunando y leyendo el periódico, sólo desayuna y lee el periódico”.

Viajando en el tiempo y en el espacio

Cuando estamos en la modalidad de hacer, estamos enfocados en qué podemos hacer para que las cosas sean como nos gustaría que fueran (planificando el futuro) o en buscar razones que expliquen por qué las cosas no son de nuestro agrado (analizando el pasado). En otras palabras, la modalidad de hacer es una máquina del tiempo.

Desde luego, nuestra capacidad para aprender del pasado y anticipar el futuro es enormemente útil. Sin embargo, suceden muchas cosas muy relevantes en el momento presente, entre ellas, nuestros pensamientos, sentimientos y nuestras acciones. Todo esto puede pasar desapercibido si nos acostumbramos a montar en nuestra máquina del tiempo demasiado a menudo.

Si pensamos mucho, tendemos a olvidar que tenemos un cuerpo adjunto y es posible que tengamos la sensación de “vivir en nuestra mente”. Cuando estamos en la modalidad de ser, es posible que la consciencia de nuestros 5 sentidos físicos y una perspectiva más amplia de nuestros pensamientos nos proporcionen una sensación de espacio.

La ciencia versus la religión

El método científico es esencialmente equivalente a la modalidad de hacer. Los avances científicos son testimonios del poder del método. Sin embargo, existen ciertos problemas que se resisten a un enfoque reduccionista, que consiste en subdivirlos en partes cada vez más pequeñas y solventables.

Para que se la tomara en serio como disciplina, la psicología ha tenido que insistir mucho en ser considerada una ciencia, distanciándose de sus raíces filosóficas. Los psicólogos de la escuela del conductismo radical la llevaron al extremo de suponer que se podría explicar el comportamiento humano completamente en términos de cadenas de reacciones mecánicas a estímulos. Mientras este enfoque ha dado frutos, está fundamentalmente limitado por asumir que el todo es tan sólo la suma de las partes. Hoy en día hay una tendencia de volver a algunas de las teorías que eran prevalentes a comienzos del siglo pasado, porque su enfoque holístico englobaba elementos de la psicología que los métodos científicos actuales no contemplan. Por ejemplo, es evidente que nosotros influimos en nuestro entorno y nuestro entorno nos influye a nosotros: ninguno de los dos define al otro. Cualquier estudio que requiere separarnos de nuestro entorno va a ignorar aspectos del conjunto.

Para cambiar cualquier cosa, el primer paso es aceptar cómo es.

Si buscamos una respuesta a la pregunta “¿por qué?” encendemos la modalidad de hacer. Todas las religiones del mundo tienen aspectos que no se pueden explicar del todo y que se tienen que aceptar. Es justo esta aceptación la que nos permite permanecer en la modalidad de ser. En ciertas personas, tener que aceptar algo que no creen o no pueden demostrar, les produce rechazo. Incluso las ciencias más “duras”, como la física o la matemática, han tenido que aceptar que hay límites del conocimiento: el principio de incertidumbre de Heisenberg, el teorema de la incompletitud de Gödel, la teoría de caos o la máquina de Turing.

Con independencia de las creencias religiosas o convicciones científicas que uno pueda tener, en la práctica de Mindfulness la aceptación de la que hablamos no es algo que tengamos que creer por un acto de fe, sino una apertura hacia nuestra propia experiencia, tal como la encontramos en el momento. No significa que nos tenga que gustar o que no vayamos a hacer nada para cambiarla. Para cambiar cualquier cosa, el primer paso es aceptar cómo es.

La confluencia de la ciencia y la religión

Mindfulness no es nada nuevo. De una forma u otra ha existido durante miles de años, como parte de algunas religiones y tradiciones contemplativas. Una parte del creciente interés en Mindfulness en los últimos años se puede explicar por la cantidad de estudios científicos sobre el mismo que se han llevado a cabo. Los avances tecnológicos en el campo de la neuroimagen han permitido medir los efectos de las prácticas de Mindfulness de manera objetiva. En vez de estar enfrentados, la ciencia y la religión tienen mucho que aprender, el uno del otro.

No obstante, Mindfulness no necesita ninguna justificación científica (aunque a algunos les puede animar a probarlo) ni ningún marco religioso (aunque es perfectamente compatible con cualquiera). He participado en cursos de formación de Mindfulness con personas que han llegado al mismo punto desde direcciones muy diversas: monjes, instructores de yoga, budistas, coach, psicólogos, investigadores científicos, académicos, autores, ejecutivos estresados… Mindfulness es algo innato que se puede potenciar con una práctica regular y apropiada. Al fin y al cabo, como dice Jon-Kabat-Zinn, somos seres humanos no “hacedores humanos”.

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